17 de abril de 2013

✍ El mejor tango con serrucho

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Hoy, 17 de abril de 2013, además de desayunar mate con café y me predispuse a leer el diario del día ya que no hay nada mejor que amanecer bien informado. Sin embargo mi espíritu procastinador (los que tengan el mismo espíritu que yo buscarán esa palabra) me llevó a encontrarme de repente hojeando entre las ediciones digitales de 1926 de un periódico español llamado La Vanguardia.

Luego de noticias poco interesantes como un decreto que regula construcciones de la Armada Española o las aventuras de miss Williard contra el alcoholismo en Estados Unidos, me detuve en leer una nota sobre uno de los instrumentos que me apasiona: el serrucho musical.

Hoy 17 de abril, pero hace 86 años, seguramente un barcelonés desayunaba (porqué no mate con café) leyendo la siguiente noticia, que aconsejo acompañar con el tango en cuestión:


Viraldi Tango Band
At the Savoy Hotel. London.


Consideraciones
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De nuestro tiempo


    Encuadrado en marco de metal y en letras gordas, he visto el siguiente anuncio:
    «SENTIMIENTO GAUCHO. El mejor tango del año, con solo de SERRUCHO AMERICANO, en disco.» Y yo, no obstante haber vivido casi tanto en el siglo XX como en el XIX, me he quedado desorientado, estupefacto, como quien ve visiones. Toda una mentalidad, que es de mis días, que convive conmigo, pero que está muy lejos de la mía, está retratada en ese anuncio. El título de «Sentimiento gaucho» me ha traído a la memoria otro título, el de un bolero mallorquín titulado «Jarabe andaluz». Pero era este famoso jarabe para uso casi exclusivo de criadas y soldados y el «Sentimiento gaucho» es para «gente bien», para señoritas distinguidas, puesto que es, según reza el título, el mejor tango del año, y el tango es el más «bien» de todos los bailes conocidos.
    Pero concurre en el «Sentimiento gaucho» otra circunstancia, además de ser el mejor tango del año: la de que en él se ejecuta un «solo de serrucho americano».
    La primera impresión que me produjo el anuncio fue la de pensar en el aserramiento de un tronco de madera a fuerza de serrucho. Todo podía ser, puesto que en las modernas orquestinas entran la bocina, el almirez, la caja china, el banjo, el rallador y mil otros estridentes aparatos de meter ruido, y hasta me figuraba a la orquestina, después de un tiempo movido,
ruidoso, prestísimo, entrar en un andante, y sobre un bajo de violoncelo con sordina, empezar el riss rass del serrucho, seccionando la madera.
    Mas como a mis años empieza uno a ser precavido, y eso del tango y el jazz-band constituye una diabólica invención en que se amalgama el espíritu gauchesco de la pampa con el cowboyesco de la selva norteamericana, me dije que ese serrucho no sería un serrucho cualquiera, sino
un serrucho americano, como ya lo decía el anuncio, y un serrucho americano no se contenta con seccionar la madera con el sordo ruido que todos conocemos, y me enteré.
    Me enteré y resulta que ahí no se asierra nada y que el serrucho americano es un instrumento que silba y aúlla sin ser de viento, sino con alma de eso... de serrucho.
    Es innegable que de América vienen, y vendrán en lo por venir en mayor abundancia, cosas más o menos ruidosas, sibilantes y estridentes, que han de aturdirnos de veras, desde los rascacielos de quinientos pisos hasta la nueva música danzante y tal vez la de «camera» de Jo venidero. El jazz-band se impone, se impone el tango con serrucho, se imponen las películas de cowboys heroicos, de «girls» audaces en todos sentidos de robos, asesinatos y detectives folletinescos, de condescendientes «pastores» que casan a las parejas sin pedirles «los papeles», el yanqui y el criollo, puede resultar esa América, de cuyos dos espíritus raciales, el yanqui y el criollo, puede resultar la amalgama más incomprensible y estupenda que ningún europeo... europeo, es capaz de imaginar.
    Pero no será sin que yo haya propuesto enriquecer la ya formidable batería de instrumentos más o menos ruidosos o musicales que en aquellas tierras han logrado el beneficio de la invención, con uno que estaría entre ellos como en su centro y lograría inmediata adaptación y aceptación universal entre los aficionados y profesionales del jazz-band: me refiero al que yo llamaría, y llevaría dignamente el nombre, de «amolador», y es, sencillamente, el pedazo de hoja de acero, a veces de serrucho, de que el amolador se sirve para anunciar su presencia en la calle y pregonar su oficio.
    Nada pido por la idea. Me bastará con la satisfacción de haber aportado mi «serrucho» a la armonía tanguista y jazzbandera, que tan bien dice con otras invenciones y costumbres de esto primer tercio del siglo XX, venidas del Nuevo Mundo, y ojalá pueda yo gloriarme, aun de balde,
de haber podido «amolar» con un auténtico «amolador» a los que de tantas maneras están «amolando» al universo.
    Y ya me imagino en los dorados salones de baile, durante el five o' clock tea o a la salida del teatro, ante la aristocrática concurrencia, ver entrar al instrumentista, vestido de frac  carmesí y calzón corto, empujando la muela y empuñando el pedazo de serrucho, al cual, por derecho propio  tendrá que  concedérsele más de una vez el honor de un solo.
    La exclamación que ello arranque ha de ser del todo «bien» y siglo XX: ¡Brutal!


ÁNGEL RUIZ Y PABLO


También les dejo para los incrédulos y para los coleccionistas, dicho ejemplar en formato PDF escaneado del original, gracias a la hemeroteca de La Vanguardia) y de yapa la partitura para tocar Sentimiento Gaucho, un tanguito de los hermanos Rafael y Francis Canaro compuesto un año antes:

Ejemplar del periódico
Partitura para piano y serrucho*
*La original decía violín donde ahora dice serrucho, pero me tomé la loca-reloca osadía de hacer esa modificación.


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